miércoles, 31 de marzo de 2010

Lúgubre

A veces ocurren cosas inesperadas. Por ejemplo: Te preparaste la noche anterior para dormir un poco más la mañana del feriado. Pero siempre hay algo que no te deja. Si no es tu hija, es la alarma de un celular que te olvidaste de sacar; y sino, tu marido amoroso que te viene con una noticia que no es para despertarte contenta.
Y te levantás, sin entender bien aún. Y preguntás todos los detalles hasta que comprendés. Y te quedás tranquila porque tus hermanos están todos bien y juntos.
Pero la noticia, el hecho que están viviendo te deja consternada todo el tiempo. Y si antes te preocupabas por ellos, ahora andás con el corazón en la boca todo el tiempo. Porque sabés que puede pasarle a ellos, a vos, a tu marido amoroso y a cualquiera de los que conocés. Entonces, te ponés a pensar y a estar alerta en cada situación. Hasta te quedás con un vacío enorme por alguien que, al fin del cabo, no conocías.
Y pensás y pensás. Y sacás conclusiones que ya no sirven, porque ya pasó todo. En un segundo.
Y querés charlar con tu hermano, saber qué le está pasando por dentro, si llora o no, si se ríe y si el malhumor que tiene es el habitual o está aumentado. Pero sabés que es un tipo que no habla mucho de esas cosas y que, a pesar de ser diez años más grande que él, no podés perseguirlo como si él tuviera cuatro años. Hasta llegás a compenderlo.
Y te sentís lúgubre por dentro, porque no podés ayudarle más que estando al lado de él. Sabés que si te necesita va a buscarte.
Pero igual no te cierra. No entendés como un chico tan chico pudo irse así sin más. Estando con tu hermano y sin poder decirle un chau, sin hacerse un chiste propio de la edad. Y más lúgubre te sentís cuando sabés que cualquiera de los tuyos pudo haberse ido de la misma forma.
Y esperás una sola cosa, que esa “ida” no haya sido en vano. Sino que, por lo menos, haya sembrado conciencia en ese grupo de amigos aunque más no sea. Y esperás, también, que tu hermano con el tiempo calme el dolor y vuelva a ser el mismo pendejo hinchapelotas de siempre.

domingo, 7 de marzo de 2010

Cosas que me hacen bien

Muchas veces me paso la semana protestando porque dejan las zapatillas tiradas, porque hacen migas, porque las remeras quedan sobre el sillón, porque la mesa la pongo mientras cocino.
Pero basta que me sienta un poco mal, para que los dos me hagan sentir peor en cuanto a mis protestas. Un poco de fiebre y se ocupan de todo. Me preguntan cómo me siento, me alcanzan cada cosa que necesito, él cocina, van juntos al jardín, vuelven del jardín, me miman, él lava los platos. Y ella, la princesita revoltosa, se porta bien.
No sólo por eso los amo con todo mi corazón. Pero estas pequeñas cosas, tan importantes para mí, hacen que me sienta realmente bien a pesar de la fiebre. En estos pequeños gestos es cuando más siento que mi corazón estalla de alegría.