lunes, 15 de abril de 2024

Este pequeño momento se llama FELICIDAD

 Hace unos meses volví a Pergamino, después de pasar muchísimos sin ir. Y fue una hermosa experiencia de paz y amor otra vez. Donde los recuerdos afloraron y donde, por momentos, me sentí niña de nuevo.

Primero, la ruta. Muy distinta a la de hace veinte años, pero más linda y más segura. Algunos cambios en el paisaje me desilusionaron, pero tampoco es que todo puede ser perfecto siempre. Mirar por la venta como cuando era chica. En aquel momento veía: pasto, pasto, vacas, vacas, pasto, caballos, pasto, girasoles… Y así, en ese orden o en otro, pero siempre eran los mismos elementos. Me fascinaba esperar a ver los girasoles, cómo iban cambiando su posición a medida que el viaje avanzaba. Pero ahora es un poco distinto. Esta vez los campos de girasoles tenían soja. Así que el paisaje era: pasto, soja, pasto, vacas, pasto, caballos, pasto, soja…

Me quedé esperando las tremendas curvas… Y no, nunca las vi. En la nueva ruta no hay curvas pronunciadas, por lo que el viaje es más tranquilo y seguro.

Y al momento de llegar mi familia me recibió con el amor de siempre. Con comida y cosas para hacer apenas llegué. El almuerzo tuvo eso de multitudinario que siempre tuvo esta familia, aunque fuimos menos ahora. El calor eterno de enero, como todos mis veranos allá. Fue el conjunto de todo lo que me hizo sentir en casa.

Allí mismo, donde me bronceaba de chica cada verano, charlamos de mil cosas, poniéndonos al día. Ahí, donde compartí con mis primos veranos eternos, una vez más fui feliz. Organizamos cenas, almuerzos y meriendas. Nos reíamos de las cosas que hacíamos cuando éramos chicos.

Y anduve al sol, en el pasto, en malla casi todo el día. Comiendo “masitas” y asado, o pizza gigante. Rodeada de perros y caballos, viendo atardeceres increíbles.

Y recorrí el pueblo (que ya es ciudad) y no reconocí casi nada, porque todo avanzó. Pero es igual de hermoso. Y la gente sigue teniendo “su ritmo” , distinto al mío. Y la casa de alfajores que no cambió, pero ya no tiene las estanterías llenas de cosas ricas, sólo vende alfajores. Si hay alfajores, estamos a salvo.

También fui a ver la casa que supo ser de mis abuelos. Ya no está. En su lugar hay una casa moderna preciosa. En esa cuadra no hay casi ningún vestigio de lo que conocí, salvo el almacén de Olinda. Queda la fachada. Cuando la vi, mi mente inmediatamente me transportó a los momentos en que iba a comprar o a hablar por teléfono.

Y así fui pasando la semana. Mostrándole a mis hijas los recuerdos entre mate, sol, “masitas”, café pileta. Una vez más me contuvieron  y me hicieron feliz con la simplicidad de la familia.

martes, 9 de abril de 2024

Volver a ser

 

Hace muchos años dejé de escribir para mí. Escribí muchísimas cosas para mi trabajo: muchos copys de Instagram, muchos mails, muchas notas y respuestas a la escuela, muchas conversaciones con clientes. Pero dejé de escribir sobre mí y sobre las cosas que me pasaban. Ya no había tiempo. Dos hijas (con todas las alegrías y urgencias que eso implica), el trabajo, los amigos, la famila… Siempre estar al pie del cañón para todo, pero no hacerme el lugar de hacer lo que disfruté toda mi vida.

Es por eso que, en este momento, donde me estoy replanteando ciertas cosas de mi vida, decidí que volver a las fuentes era una buena idea. No sé realmente si lo es o no, pero al menos es empezar por alguna parte. Escribir me hacía bien, más humana en un montón de aspectos y me obligaba a parar la vorágine y sentarme un rato. O, en medio de esa misma vorágine, anotar ideas.

Reemplacé el cuadernito con la lapicera en mi mochila por pañales y ropa de cambio. Con el tiempo, reemplacé los pañales por todo lo que mis hijas no querían llevar en la mano. En otro momento, llevaba la computadora para trabajar en cualquier lugar. Luego, después de tanto cargar, sólo la billetera, los anteojos y alguna pastilla de antialérgico.

Y, en este proceso de reencontrarme, me di cuenta que postergué como dieciocho años todo lo que quería escribir. No me arrepiento de ninguna manera. Pero siento que quizás algunas cosas me hubieran sido más fáciles si me hubiera dado el tiempo de escribirlas. Parte de mi vida escribir fue poner en palabras las cosas hermosas que me pasaban y las cosas horribles también. Y, al releer, podía encontrar salidas de laberintos que sólo mi cabeza inventaba. También releía y recordaba lo inolvidable de algunos momentos. Como si esa fuera la manera de no olvidar todo lo que mi cabeza y mi corazón recordaba.

En esos momentos, era muy joven e idealista. Y pensaba que podía vivir de este arte. Como los niños que quieren ser futbolistas, pero no todos llegan a serlo. Y, un día, me desencanté. Y la vida me fue poniendo pruebas que tuve que superar y me cruzó con gente que no me trató tan bien. Y tuve que trabajar mucho para mantener a mis hijas, porque sólo escribiendo no las podía mantener. Así que fueron mi prioridad.

Y ahora, que son grandes e independientes, de pronto tengo un poco de tiempo. Ahora que no tengo cambiar pañales, ni llevar y traer del jardín, ni jugar, ni vigilarlas para que no se lastimen me encuentro pensando un poco en mí.

Así que, en este breve acto, restablezco mis momentos de escritura. Afirmo que vuelvo a mi pasión, a lo que tan feliz me hacía.