miércoles, 29 de diciembre de 2010

Una niña!

Este nuevo año nos encuentra felices, cada vez más felices. Con los pies hinchados, muy cansados y con mucho sueño.
En marzo seremos cuatro ocupando la casa… una niña viene llegando… y ya más nada necesitamos para estar contentos…
En medio del caos que se está viviendo, deseo de corazón que ustedes también puedan encontrar la paz para ser felices de la manera que quieran.
Yo, por lo pronto, seguiré viendo crecer mi panza y mi cansancio hasta que tenga vacaciones…

Feliz año nuevo!

viernes, 16 de julio de 2010

Casi 30

A un pasito de los 30. ¿Qué me constursi? Increíble. Pensar que no me siento así. Pensar que cuando conocí al que ahora es mi marido amoroso, era lejanísimo ese número.
Pero no quise festejar. Como siempre. Antes no tenía ganas porque me deprimía. Cada año que pasaba era uno menos para poder conquistar mis objetivos. Y ahora… ahora no sé por qué no quiero festejar. Tengo casi todos mis sueños cumplidos. Pero no me dan ganas de festejar. Será que se acerca el número redondo… aunque falte un año, no puedo evitar pensar en eso…
30. El 3 y el 0. Y tan rápido que pasó todo. Tantos años que se fueron volando, con momentos y cosas que recuerdo como si fuera ayer, y otros que los veo muy, muy lejanos a pesar de que no hace tanto que pasaron.
Es loquísimo pensar que todavía estoy en la franja de “veintipico”, pero el año que viene voy a estar en la franja de “treinteañera”.Y más loco es saber que hay personas que conozco desde que son muy chicas y que hoy se han convertido en hombres y mujeres. Y me hablan de forma adulta y yo sigo buscándoles la sonrisa pícara de las ocurrencias pasadas.
De todos modos, no es algo que me ponga mal o me deprima… sino que, simplemente, es raro. Es raro pensar que mi hermana más chica, dentro de tres años, cuando yo tenga 32, va a cumplir 15. Y es más raro pensar que aquél hermano varón que te hizo retorcer de celos cuando nació hoy tiene 18.
Casi, casi 30. Feliz con mi presente, son mi pasado y con mis planes para el futuro que siempre es compartido. Casi, casi 30 y contando las canas que empiezan a aparecer, aunque sin saber qué hacer con ellas. Las arrugas no me las busqué porque no me molestaría tenerlas, pero las canas… LAS CANAS!! Me enloquece saber que cada vez van a ser más.
Casi, casi 30. Qué bárbaro… Cómo pasa el tiempo….

viernes, 23 de abril de 2010

Maternidad

Hace cuatro años que soy mamá. Y, desde ese entonces, repito todas las frases que me decía mi mamá. Sí, esas. Las que más me molestaban. Es como que de tanto repetir quedan grabadas en nuestra mente y en todo nuestro ser. Es como una forma de saber que se está yendo por la senda correcta.
Hace cuatro años que soy mamá. Y mi sueño ya no es profundamente placentero. Cada vez que ella se mueve, me despierto. Como si el instinto me avisara que la mire cada vez.
Hace cuatro años que soy mamá. Y el tiempo no sobra. Casi no tengo tiempo para plancharme el pelo (las pocas veces que lo hago) ni para pintarme las uñas. Y desde ese momento, el delineador debe ser guardado bajo siete llaves.
Hace cuatro años que soy mamá. Y, como consecuencia, las hebillas, pulseras y collares son compartidos. Los anteojos de sol bien altos, cosa de que la pulga no llegue.
Hace cuatro años que soy mamá. Y ya no puedo bañarme relajada y sin apuro. Sería un baño al estilo Chavez: Un minuto para mojarse, otro para enjabonarse y el tercero para enjuagarse. Y, aparte de hacerlo así de rápido, hay que escuchar las canciones o las charlas que provienen del otro lado de la cortina.
Hace cuatro años que soy mamá. Y mi vida cambió por completo. Y, a veces, me quejo de que el tiempo no me alcance para nada. Pero cuando la veo reír, cuando veo que confía en mí, cuando se acerca y me da un beso sin que se lo pida… ahí. En esos momentos más que nunca, me doy cuenta que tanto esfuerzo y tanto apuro y tanto de todo vale la pena.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Lúgubre

A veces ocurren cosas inesperadas. Por ejemplo: Te preparaste la noche anterior para dormir un poco más la mañana del feriado. Pero siempre hay algo que no te deja. Si no es tu hija, es la alarma de un celular que te olvidaste de sacar; y sino, tu marido amoroso que te viene con una noticia que no es para despertarte contenta.
Y te levantás, sin entender bien aún. Y preguntás todos los detalles hasta que comprendés. Y te quedás tranquila porque tus hermanos están todos bien y juntos.
Pero la noticia, el hecho que están viviendo te deja consternada todo el tiempo. Y si antes te preocupabas por ellos, ahora andás con el corazón en la boca todo el tiempo. Porque sabés que puede pasarle a ellos, a vos, a tu marido amoroso y a cualquiera de los que conocés. Entonces, te ponés a pensar y a estar alerta en cada situación. Hasta te quedás con un vacío enorme por alguien que, al fin del cabo, no conocías.
Y pensás y pensás. Y sacás conclusiones que ya no sirven, porque ya pasó todo. En un segundo.
Y querés charlar con tu hermano, saber qué le está pasando por dentro, si llora o no, si se ríe y si el malhumor que tiene es el habitual o está aumentado. Pero sabés que es un tipo que no habla mucho de esas cosas y que, a pesar de ser diez años más grande que él, no podés perseguirlo como si él tuviera cuatro años. Hasta llegás a compenderlo.
Y te sentís lúgubre por dentro, porque no podés ayudarle más que estando al lado de él. Sabés que si te necesita va a buscarte.
Pero igual no te cierra. No entendés como un chico tan chico pudo irse así sin más. Estando con tu hermano y sin poder decirle un chau, sin hacerse un chiste propio de la edad. Y más lúgubre te sentís cuando sabés que cualquiera de los tuyos pudo haberse ido de la misma forma.
Y esperás una sola cosa, que esa “ida” no haya sido en vano. Sino que, por lo menos, haya sembrado conciencia en ese grupo de amigos aunque más no sea. Y esperás, también, que tu hermano con el tiempo calme el dolor y vuelva a ser el mismo pendejo hinchapelotas de siempre.

domingo, 7 de marzo de 2010

Cosas que me hacen bien

Muchas veces me paso la semana protestando porque dejan las zapatillas tiradas, porque hacen migas, porque las remeras quedan sobre el sillón, porque la mesa la pongo mientras cocino.
Pero basta que me sienta un poco mal, para que los dos me hagan sentir peor en cuanto a mis protestas. Un poco de fiebre y se ocupan de todo. Me preguntan cómo me siento, me alcanzan cada cosa que necesito, él cocina, van juntos al jardín, vuelven del jardín, me miman, él lava los platos. Y ella, la princesita revoltosa, se porta bien.
No sólo por eso los amo con todo mi corazón. Pero estas pequeñas cosas, tan importantes para mí, hacen que me sienta realmente bien a pesar de la fiebre. En estos pequeños gestos es cuando más siento que mi corazón estalla de alegría.

sábado, 30 de enero de 2010

Toda la sal del mundo

Cuando tenés toda la sal del mundo, por ejemplo, podés darte cuenta un día que tu lavarropas no funciona. Pero ni siquiera prende. Entonces, empezás a llamar a service recomendados. Ninguno quiere arreglarlo porque se va a volver a romper. Y ahí te agarra la desesperación. No tener lavarropas es tan grave como si se te muriera una persona muy querida. Paciencia. Laverrap para la ropa y los calzones a lavarlos a mano.
Cuanto tenés toda la sal del mundo, podés tener un marido, amoroso como el mío, que te consigue un Lavaurora genial por muy poca plata y encima recupera lo gastado vendiendo el que no funciona. Pero si tenés un marido amoroso como el mío no olvides revisar VOS la instalación. Porque puede pasar que no sepas que el Lavaurora calienta el agua para lavar. Y te puede pasar, también que te haga un corto y no funcione más después de haber hecho sólo tres lavados. Pero por suerte, te pueden recomendar al señor Carlos, que no te engaña y te cobra cincuenta pesos para arreglar un cable y revisar que todo esté bien.
Cuando tenés toda la sal del mundo, podés perder el celular en un taxi y que el tachero no te lo devuelva. Pero previo a eso, meses antes, podés casi morir desnucada por pisar un pajarito con la bicicleta. Podés buscar un departamento para mudarte y que las cosas salgan tan, pero tan mal que, cuando ya tenés todo embalado y el flete contratado, te avisen que no podés mudarte.
Cuando tenés toda la sal del mundo, podés pasar Navidad y Año Nuevo sin gas y permanecer así un tiempo más. Hasta que vienen los señores de Metrogas y revisan tu casa, se dan cuenta de que es segura (a pesar de que el pico de la estufa esté tapado con la biblioteca) y, finalmente, te dan gas. Entonces, ya podés cocinar como la gente y podés bañarte sin caminar dos cuadras, pero tenés la garrafa que te habían conseguido que te molesta soberanamente. Y cuando ya estás tranquila porque tenés gas, te das cuenta de que el gasista matriculado no puso bien las rejillas de respiración y que en cualquier momento se van a caer (ojalá que no sea en la cabeza de tu hija). Y encima, ya le pagaste todo, todito.
Cuando tenés toda la sal del mundo, te pasás una mañana entera alabando tu heladera viejísima delante de tu suegra y, cuando a las once de la noche llegás a tu casa con la nena dormida, te das cuenta de que tu heladera viejísima está descongelada (y con este calor!) y el motor hace un “rrratata” raro y no arranca. Corrés a la casa de tu abuela (que es una divina porque te dio las llaves) a llevar las cosas que todavía están frías. A la mañana siguiente, llamás al service. Presupuesto: mil doscientos pesos. Ni hablar. Compremos una con freezer, mi amor. A la larga, es más barato. Aparte, no tenés tanta guita para pagarle al señor Carlos. Si cuando no tuviste lavarropas pensaste en el fin del mundo; sin heladera, con treinta y nueve grados de térmica, directamente estás en el infierno. Pero tu marido, amoroso como el mío, compra una nueva a pagar en cuotas que casi no valen nada por mes.
Cuando tenés toda la sal del mundo, terminaste de limpiar toda tu casa y te disponés a relajar un poco, escuchás un estruendo en el patio. Efectivamente, confirmás tu sospecha. Se cayeron las rejillas de la cocina. El material salió por la ventana y te ensució el patio y las piedritas se metieron en la piletita de la nena.
Cuando tenés toda la sal del mundo te puede pasar que quieras colgar las llaves en este cosito bonito que te hizo tu papá (que también es amoroso, un poco malhumorado pero amoroso):






Entonces, si tenés toda la sal del mundo cuando quieras colgar las llaves en el cosito, no sabés cómo pero se desengancha y la cámara de fotos viejísima que tiene encima te pega al costado del ojo. Te queda un chichoncito medio verde con un punto rojo. Y para colmo, tu marido, amoroso como el mío, te dice que le rompiste la cámara.
Cuando tenés toda la sal del mundo; a pesar de todas las cosas que te pasan, podés pensar que siempre puede haber algo peor.

jueves, 21 de enero de 2010

Buscando la explicación

Cuando estoy con ataque hormonal sabés que nada me viene bien. Ni los chocolates, ni las galletitas dulces, ni el mate, ni el café, ni la leche chocolatada, ni tu ganas de ordenar la casa, ni tus ganas de cocinar. Nada, nada me sirve en esos momentos. Cuando tengo el ataque hormonal soy diferente, lo sabés…
Y muchas veces, se juntan mi mal genio “de esos días” con tus trastornos de “tipo loco que no le importa nada”. Y ahí, el estallido. Mis lágrimas, mi dureza en las palabras, mis ganas de mandarte a dormir afuera, tus ojos, tu boca cerrada sin pronunciar palabra, tu reacción de irte a dormir que más enojada me deja…
Entonces pasan dos o tres días en los que me propongo no hablarte para nada, ni siquiera para ofrecerte algo de tomar. Me voy a dormir y me quedo bien al borde de la cama para que ni siquiera nos rocemos. O intento acercar una de mis piernas, como haciéndome la que estoy dormida. Y te alejás. Y más bronca todavía.
Y me paso la mañana planchando porque no tenés que trabajar y me pasás por al lado como si yo fuera parte de la tabla de planchar. Y tampoco me hablás. Solamente me preguntás si el cucharón que me regaló tu mamá lo usamos, porque si no lo usamos lo vendés. Esa puta manía de vender todo lo que no usás. Pero yo sí tomo sopa, así que mejor dejálo. Y me mirás con cara rara (o, al menos, eso creo debido a mi ataque hormonal).
Y cuando me levanto de la siesta (que me deja de peor humor que antes), vamos a hacer las compras. Hablamos casi discutiendo el precio de la carne, de lo caro que es comer cualquier cosa. Y compramos unas galletitas de chocolate y unas de hojaldre. Y te pregunto, con “cara no quiero ni hablarte”, si vas a merendar algo o si me preparo sólo para mí.
Y te preparo el mate cocido con tus 13 galletitas… esas cosas que sólo vos hacés. Esas cosas raras que no tienen explicación alguna para mí, pero que a la vez me fascinan extraordinariamente. Haciendo que miro mi mate, veo la concentración que ponés en triturar de a 3 galletitas por vez dentro de la taza.
Y ahí ya preparo las cosas para ir a bañarme. Y te pregunto si hay algo que quieras comer. Y, como siempre, no sabés; que decida yo. Y cuando vuelvo, después de una hora más o menos, entro en la cocina sin hablarte, dejo los churrascos en la heladera y te digo que gasté treinta y uno con setenta, que le pagué al carnicero lo que le debíamos.
Y me voy a lavar el patio para que mañana nuestra hija pueda usar la pileta. Ella me persigue con el detergente, desde la puerta nos mirás. Y yo te veo de reojo, pero no te miro.
Y cuando termino con eso, entro a la cocina de nuevo. Y me decís “gorda” y dejás unos puntos suspensivos mientras estoy agachada buscando algo. Y me preguntás qué compré. Y yo te contesto que compre churrascos porque no había costillitas de cerdo, que no hay mucha opción de cosas para preparar en una garrafa que ya casi no tiene gas. Y cuando me levanto te encuentro bien de frente. Y me abrazás y te abrazo. Y nos damos un beso como esos de las telenovelas (esos que las chicas siempre soñamos aunque digamos que no). Y ya aflojé un poco. Y salís de la cocina. Y te ponés con la computadora.
Después cenamos. Y luego ves el partido de River mientras yo me envicio jugando en páginas de juegos gratis. Y River gana, le gana a Boca con los pibitos. Casi un milagro. Y también me pongo contenta, mi alma gallina me tira, no hay nada que hacerle.
Y nos vamos a dormir. Y me abrazás. Y así, inexplicablemente, te abrazo. Y toda mi bronca, mi ataque hormonal, mi enojo, mi fastidio… todo se va.
Y eso es lo que me pasa desde que te conocí. Un abrazo sin palabras me basta para sentirme bien. Y desde siempre busco una explicación a esa vibración de mi cuerpo cuando te tengo cerquita. Una explicación que jamás encontré. Y siempre ando buscándola en tus ojos, en tus brazos, en tus manos. Pero nada, che. Nada de nada. Son esas cosas que por más que le dé vueltas y vueltas no le encuentro explicación racional.
Y así prevalece el amor que siento por vos por sobre todo. Esa cosa de caer en tus manos por más que quiera evitarlo. No hay forma de que no sea así. Siento que no voy a poder separarme de vos, que nada ya puedo hacer para enojarme con vos. Por más que no quiera siempre termino en tu mirada, que es la más pura que conocí. Así que como ves, seguimos igual que al principio. No puedo explicarte lo que siento porque no hay palabras que definan este amor.

jueves, 14 de enero de 2010

Metamorfosis de costumbres

Estoy aprendiendo, e a poco, a cambiar ciertos rituales que me pertenecían. Eran míos, muy míos. Esas cosas que una no cambia por nada del mundo. O piensa que no cambia por nada del mundo.
Entonces, en estos casi cuatro años de maternidad, aprendí, por ejemplo, a no disfrutar del baño. Aprendí que no hay tiempo libre. Y, cuando lo encuentro, siempre está “la plomaza” hablándome o pidiéndome agua o… volcándola!
Aprendí que comer chocolate mientras tomo café se convirtió en sólo tomar café. Aprendí a tomar el mate un poco más frío para que “la niña” no se queme la lengua. Aprendí, también, que la tele ya tiene dueña y la compu va por el mismo camino.
Hace muy poquito tiempo, aprendí a escribir sin música y sin café. Ahora escribo mientras en la tele habla Oso Agente Especial o mientras el Pato Donald protesta porque no puede cruzar un puente de cristal. La noche hace rato que no es compañera de mis letras.
De todos modos, no reniego de esta metamorfosis. Al contrario estoy feliz de que así sea.

martes, 12 de enero de 2010

Bienvenido, 2010

“¿No sabés cuándo viene el gasista? Hace un mes que estamos sin gas y este tipo viene todo salteado y yo ya no sé qué hacer sin gas… me pone tan mal todo esto…”
“¿Podés echar agua en la rejillita del balcón? Tengo terror que se me inunde la casa cuando llueva.”
“Pero, ¡qué calor que hace! Me tiene tan loca este calor que me dan ganas de llorar.”
“Ah, ¡qué pileta tan grande que pusieron para la nena! Hay que tener cuidado que no desborde con la lluvia porque se puede inundar el pasillo y estamos fritos.”
“A las palomas les tiro el pan desde el balcón a la vereda porque ya no puedo subir a la terraza a darles de comer… Me duele tanto la columna que me quedo en la cama casi todo el tiempo.”

La vecina (señora grande que no tiene nada que hacer) comenzó el año haciéndome preguntas, dándome consejos y contándome por enésima vez cuánto le duele la espalda.

jueves, 7 de enero de 2010

Buenas...

Una vez había abierto un blog. Me había propuesto escribir todos los días para mantenerlo actualizado. La verdad es que ciertas circunstancias de la vida me hicieron abandonarlo, dejar de lado una vez más esto que me gusta tanto y que me hace tan bien.

Vuelvo a intentarlo, como cada vez. Hace tiempo que tengo ganas de escribir muchas cosas. Hace tiempo que tengo ganas de compartir con los demás mis palabras. Hace tiempo que mi vida cambió por completo y que siempre, siempre tengo otras prioridades. No reniego de eso, pero mi día termina en medio de un cansancio imposible de sostener.

Es por eso que pido a los futuros lectores que tengan paciencia. Iré actualizando material en la medida en que los avatares de la vida me lo permitan.

Mis escritos no tratarán de nada en especial. Algunas veces hasta pueda llegar a compartir palabras de otras personas que me gustan. Y en algunas oportunidades, puede que comparta algunas fotos y cosas que me llaman la atención por algo.

Bienvenidos…