viernes, 23 de abril de 2010

Maternidad

Hace cuatro años que soy mamá. Y, desde ese entonces, repito todas las frases que me decía mi mamá. Sí, esas. Las que más me molestaban. Es como que de tanto repetir quedan grabadas en nuestra mente y en todo nuestro ser. Es como una forma de saber que se está yendo por la senda correcta.
Hace cuatro años que soy mamá. Y mi sueño ya no es profundamente placentero. Cada vez que ella se mueve, me despierto. Como si el instinto me avisara que la mire cada vez.
Hace cuatro años que soy mamá. Y el tiempo no sobra. Casi no tengo tiempo para plancharme el pelo (las pocas veces que lo hago) ni para pintarme las uñas. Y desde ese momento, el delineador debe ser guardado bajo siete llaves.
Hace cuatro años que soy mamá. Y, como consecuencia, las hebillas, pulseras y collares son compartidos. Los anteojos de sol bien altos, cosa de que la pulga no llegue.
Hace cuatro años que soy mamá. Y ya no puedo bañarme relajada y sin apuro. Sería un baño al estilo Chavez: Un minuto para mojarse, otro para enjabonarse y el tercero para enjuagarse. Y, aparte de hacerlo así de rápido, hay que escuchar las canciones o las charlas que provienen del otro lado de la cortina.
Hace cuatro años que soy mamá. Y mi vida cambió por completo. Y, a veces, me quejo de que el tiempo no me alcance para nada. Pero cuando la veo reír, cuando veo que confía en mí, cuando se acerca y me da un beso sin que se lo pida… ahí. En esos momentos más que nunca, me doy cuenta que tanto esfuerzo y tanto apuro y tanto de todo vale la pena.