Hace muchos
años dejé de escribir para mí. Escribí muchísimas cosas para mi trabajo: muchos
copys de Instagram, muchos mails, muchas notas y respuestas a la escuela, muchas
conversaciones con clientes. Pero dejé de escribir sobre mí y sobre las cosas que
me pasaban. Ya no había tiempo. Dos hijas (con todas las alegrías y urgencias
que eso implica), el trabajo, los amigos, la famila… Siempre estar al pie del
cañón para todo, pero no hacerme el lugar de hacer lo que disfruté toda mi vida.
Es por eso
que, en este momento, donde me estoy replanteando ciertas cosas de mi vida,
decidí que volver a las fuentes era una buena idea. No sé realmente si lo es o
no, pero al menos es empezar por alguna parte. Escribir me hacía bien, más
humana en un montón de aspectos y me obligaba a parar la vorágine y sentarme un
rato. O, en medio de esa misma vorágine, anotar ideas.
Reemplacé el
cuadernito con la lapicera en mi mochila por pañales y ropa de cambio. Con el
tiempo, reemplacé los pañales por todo lo que mis hijas no querían llevar en la
mano. En otro momento, llevaba la computadora para trabajar en cualquier lugar.
Luego, después de tanto cargar, sólo la billetera, los anteojos y alguna
pastilla de antialérgico.
Y, en este
proceso de reencontrarme, me di cuenta que postergué como dieciocho años todo
lo que quería escribir. No me arrepiento de ninguna manera. Pero siento que
quizás algunas cosas me hubieran sido más fáciles si me hubiera dado el tiempo
de escribirlas. Parte de mi vida escribir fue poner en palabras las cosas
hermosas que me pasaban y las cosas horribles también. Y, al releer, podía
encontrar salidas de laberintos que sólo mi cabeza inventaba. También releía y
recordaba lo inolvidable de algunos momentos. Como si esa fuera la manera de no
olvidar todo lo que mi cabeza y mi corazón recordaba.
En esos
momentos, era muy joven e idealista. Y pensaba que podía vivir de este arte.
Como los niños que quieren ser futbolistas, pero no todos llegan a serlo. Y, un
día, me desencanté. Y la vida me fue poniendo pruebas que tuve que superar y me
cruzó con gente que no me trató tan bien. Y tuve que trabajar mucho para
mantener a mis hijas, porque sólo escribiendo no las podía mantener. Así que
fueron mi prioridad.
Y ahora, que
son grandes e independientes, de pronto tengo un poco de tiempo. Ahora que no
tengo cambiar pañales, ni llevar y traer del jardín, ni jugar, ni vigilarlas
para que no se lastimen me encuentro pensando un poco en mí.
Así que, en
este breve acto, restablezco mis momentos de escritura. Afirmo que vuelvo a mi
pasión, a lo que tan feliz me hacía.
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