jueves, 21 de enero de 2010

Buscando la explicación

Cuando estoy con ataque hormonal sabés que nada me viene bien. Ni los chocolates, ni las galletitas dulces, ni el mate, ni el café, ni la leche chocolatada, ni tu ganas de ordenar la casa, ni tus ganas de cocinar. Nada, nada me sirve en esos momentos. Cuando tengo el ataque hormonal soy diferente, lo sabés…
Y muchas veces, se juntan mi mal genio “de esos días” con tus trastornos de “tipo loco que no le importa nada”. Y ahí, el estallido. Mis lágrimas, mi dureza en las palabras, mis ganas de mandarte a dormir afuera, tus ojos, tu boca cerrada sin pronunciar palabra, tu reacción de irte a dormir que más enojada me deja…
Entonces pasan dos o tres días en los que me propongo no hablarte para nada, ni siquiera para ofrecerte algo de tomar. Me voy a dormir y me quedo bien al borde de la cama para que ni siquiera nos rocemos. O intento acercar una de mis piernas, como haciéndome la que estoy dormida. Y te alejás. Y más bronca todavía.
Y me paso la mañana planchando porque no tenés que trabajar y me pasás por al lado como si yo fuera parte de la tabla de planchar. Y tampoco me hablás. Solamente me preguntás si el cucharón que me regaló tu mamá lo usamos, porque si no lo usamos lo vendés. Esa puta manía de vender todo lo que no usás. Pero yo sí tomo sopa, así que mejor dejálo. Y me mirás con cara rara (o, al menos, eso creo debido a mi ataque hormonal).
Y cuando me levanto de la siesta (que me deja de peor humor que antes), vamos a hacer las compras. Hablamos casi discutiendo el precio de la carne, de lo caro que es comer cualquier cosa. Y compramos unas galletitas de chocolate y unas de hojaldre. Y te pregunto, con “cara no quiero ni hablarte”, si vas a merendar algo o si me preparo sólo para mí.
Y te preparo el mate cocido con tus 13 galletitas… esas cosas que sólo vos hacés. Esas cosas raras que no tienen explicación alguna para mí, pero que a la vez me fascinan extraordinariamente. Haciendo que miro mi mate, veo la concentración que ponés en triturar de a 3 galletitas por vez dentro de la taza.
Y ahí ya preparo las cosas para ir a bañarme. Y te pregunto si hay algo que quieras comer. Y, como siempre, no sabés; que decida yo. Y cuando vuelvo, después de una hora más o menos, entro en la cocina sin hablarte, dejo los churrascos en la heladera y te digo que gasté treinta y uno con setenta, que le pagué al carnicero lo que le debíamos.
Y me voy a lavar el patio para que mañana nuestra hija pueda usar la pileta. Ella me persigue con el detergente, desde la puerta nos mirás. Y yo te veo de reojo, pero no te miro.
Y cuando termino con eso, entro a la cocina de nuevo. Y me decís “gorda” y dejás unos puntos suspensivos mientras estoy agachada buscando algo. Y me preguntás qué compré. Y yo te contesto que compre churrascos porque no había costillitas de cerdo, que no hay mucha opción de cosas para preparar en una garrafa que ya casi no tiene gas. Y cuando me levanto te encuentro bien de frente. Y me abrazás y te abrazo. Y nos damos un beso como esos de las telenovelas (esos que las chicas siempre soñamos aunque digamos que no). Y ya aflojé un poco. Y salís de la cocina. Y te ponés con la computadora.
Después cenamos. Y luego ves el partido de River mientras yo me envicio jugando en páginas de juegos gratis. Y River gana, le gana a Boca con los pibitos. Casi un milagro. Y también me pongo contenta, mi alma gallina me tira, no hay nada que hacerle.
Y nos vamos a dormir. Y me abrazás. Y así, inexplicablemente, te abrazo. Y toda mi bronca, mi ataque hormonal, mi enojo, mi fastidio… todo se va.
Y eso es lo que me pasa desde que te conocí. Un abrazo sin palabras me basta para sentirme bien. Y desde siempre busco una explicación a esa vibración de mi cuerpo cuando te tengo cerquita. Una explicación que jamás encontré. Y siempre ando buscándola en tus ojos, en tus brazos, en tus manos. Pero nada, che. Nada de nada. Son esas cosas que por más que le dé vueltas y vueltas no le encuentro explicación racional.
Y así prevalece el amor que siento por vos por sobre todo. Esa cosa de caer en tus manos por más que quiera evitarlo. No hay forma de que no sea así. Siento que no voy a poder separarme de vos, que nada ya puedo hacer para enojarme con vos. Por más que no quiera siempre termino en tu mirada, que es la más pura que conocí. Así que como ves, seguimos igual que al principio. No puedo explicarte lo que siento porque no hay palabras que definan este amor.

3 comentarios:

el tritu... dijo...

yo si... pero ahora no la recuerdo!

El triturador de las 13 galletas.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
mabelcristina dijo...

Me encanta Luz!!!! la posibilidad de escribir,es tan buena como el psicoanálisis,y más reconfortante.Para lo cotidiano,para los sueños,para saber quiénes somos.Estamos en contacto!!!!